Un país de plastilina. Viva la mediocridad.
Hace unos días se adelantaron los Reyes Magos y a mi hija le trajeron un juego de plastilina.
Me hizo ilusión porque hacía mucho tiempo que no veía plastilina por ningún sitio. Sin embargo, rapidamente me llevé una desagradable sorpresa. No era la «clásica» plastilina con un fuerte olor a hidrocarburo. La «nueva» tenía una textura extraña, como de miga de pan y sin ese olor característico. Aunque dicen que mancha menos y seguro que tiene muchas virtudes más «politicamente correctas» que la nuestra, la «nueva» se moldeaba peor y tuve la sensación de que era un fraude para los que estamos cerca de los 40 años.
Este hecho me recordó lo que ocurría cuando jugábamos con esas masas de colores al cabo de unos días. Era inevitable, pero esos paquetes de poliedros blandos y policromados se convertían en una enorme masa informe de color gris y llena de restos de materia orgánica e inorgánica que era la suma de todos los paquetitos iniciales. Y como tantas otras cosas, se perdían en el «más allá» como decía mi madre, con gran sentido práctico y algo de mala leche, cuando hacía desaparecer los juguetes rotos.
Pues ese recuerdo ha debido quedar muy marcado en mi mente porque desde hace tiempo tengo la sensación de que muchos de nuestros políticos, empresarios y muchos profesionales no han tenido nunca plastilina de colores. A mi me parece que lo que les gusta es la masa gris porque no han conocido otra y creen que el mundo funciona así.
Creo que han llegado a la conclusión de que es preferible tener menos color siempre que puedan manipular una gran masa informe de votantes o empleados. No les importa la belleza, la creatividad y la riqueza que están perdiendo siempre que puedan aplastar y meter sus dedazos.
Pero desgraciadamente esa mentalidad, hace siglos que ha sido asumida por nuestra cultura. Parece que la plastilina de colores está mal vista. Es preferible formar parte de la masa informe siempre que no te diferencies demasiado. El problema es que un día desaparecerás en el «más allá» sin saber porqué.
Nos han convencido de que la igualdad es estupenda, aunque para conseguirlo haya que cortar las cabezas de quienes sobresalen. Estamos impregnados de esa cultura que dice que es mejor «no hacer ruido» y no destacar no vaya a ser que tengas que trabajar.
Nos dicen lo que tenemos que hacer, cada día nos limitan más la libertad (aunque nunca he fumado, la ley de tabaco me parece una aberración), eliminan cualquier intento de superación personal (ya se encargan de eso las leyes de educación), nos evalúan, nos clasifican, nos etiquetan, nos adormecen, nos hipotecan y nos engañan para asegurarse de que no sigamos siendo plastilina de colores. ¿No es hora de hacer algo?
Es el momento de ser responsables. Eso significa que tenemos que ser nosotros los que tomemos las decisiones y no otros. Evidentemente eso tiene un coste, pero me resisto a acabar en el «más allá» rodeado de materia orgánica e inorgánica.
Esta semana comía con una amiga, experta en Asesoría de Imagen, y me contaba lo complicado que fué para ella tratar de aprender y de ir más allá de lo que opinaban el 99% de sus compañeros de estudios. Ella piensa que una buena imagen nace de dentro y que el aspecto es solo el reflejo de lo que llevas dentro. Sin embargo, el resto de sus compañeros pensaban que aquello era una especie de academia de peluquería y maquillaje. Pues durante los meses en que estuvo allí tuvo que enfrentarse a la incomprensión de sus colegas. Sin embargo, el tiempo ha acabado dándole la razón y está triunfando en su profesión. No quiso formar parte de la masa gris.
Pero siempre nos quedarán maestros del arte de la plastilina que nos enseñarán lo que se puede hacer si nos dejan pensar como niños.
Y como la gente es sabia ya hace mucho tiempo que nos dieron el antídoto:
Ande yo caliente y riase la gente.
A quién madruga, Dios le ayuda.
A Dios rogando y con el mazo dando.
Espero que los Reyes Magos sean buenos con vosotros y os traigan mucha plastilina de colores.