Coleccionistas de profesionales

Es curioso como muchos de los responsables de selección de empresas y consultoras de RRHH se pasan más de media vida buscando a aquellas personas que cuentan con un historial profesional que aporta algo que otros candidatos no tienen.
Están buscando a aquel que tenga algo con lo que sus competidores no cuenten. Incluso a veces hacen la pregunta: «Y ¿porque deberíamos contratarle a usted y no a otro?»
Todo esto me parecería estupendo si cuando al final eres seleccionado y te incorporas al puesto te encontrases que esa diferencia o ese valor añadido que llevas en tu mochila fuese utilizado. Pero no. Con casi toda seguridad, cualquiera de los candidatos podría desempeñar el trabajo de una manera correcta porque hoy en día no hace falta ser ingeniero de la NASA para desempeñar con éxito la mayoría de los trabajos que se realizan en las empresas de este país nuestro.
Tengo una licenciatura en ciencias, un MBA, muchos años de experiencia y me considero una persona más o menos espabilada. Pues os aseguro que cualquier persona con sentido común y un par de meses de aprendizaje de los detalles del puesto podría haber hecho el trabajo. Y eso que he ocupado posiciones de cierta relevancia.

Por lo tanto, tengo la sensación de que más que seleccionar profesionales, lo que se hace es coleccionarlos. Si encuentras alguno de una rareza fuera de lo normal puedes presumir de él como si fuese una mariposa pinchada en un alfiler.


Hace algún tiempo conocí a un tipo, un empresario de una pequeña compañía farmaceutica nacional que vende a paises del Este y de África una especie de Viagra líquida o algo parecido. En la empresa todos le hablaban de Usted y le llamaban «Doctor» porque el lo había impuesto así, pero con una reverencia patética. Me estuvo mareando varios meses para que me incorporase a su empresa. Era uno de estos tíos que se creen que se las saben todas y que desde su pequeño reino creen que son los Amos del Universo. De esos que te escriben un email un sábado a las 4 de la madrugada porque su vida es su empresita. Tuve la oportunidad de charlar con algunos de sus empleados y no hicieron más que confirmarme que todo va unido. Gritos, prepotencia, despidos fulminantes, «señor, si, señor», ninguna palabra crítica delante de él.

Cuando finalmente decidió que podría interesarle me ofreció unas condiciones que supongo que serían estupendas en alguno de esos paises del África profunda donde vende sus mejunjes pero aquí no daba ni para el billete de metro. Como le dije rotundamente que no, me trajo su colección de «empleados» y me recitó algunas de sus «especificaciones». Fué penoso ver como se humillaban delante de este individuo, pero desgraciadamente parecían estar orgullosos de pertenecer a su colección.
Hubo algo divertido, una de las que estaban en su despacho decía que si no iba a estar dispuesto a dejar a mi familia de un día para otro para irme tres semanas al Congo, a Nigeria o a donde se le ocurriese a este tipo, sería mejor que no aceptase el trabajo. Como así hice. Luego descubrí que esta señora era la «amiga» del «Dottore» y que su compromiso iba más allá del puramente profesional.





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