Clavijas redondas en agujeros cuadrados
Mi hija tiene dos años y poco, pero ya hace algún tiempo que dejó de divertirse con esos juguetes que consisten en meter una pieza triangular, redonda o cuadrada en su agujero correspondiente. Supongo que ha perdido la gracia para ella y además se ha dado cuenta de que el mundo es mucho más complejo y divertido. Hacer figuras con la arena de la playa o dibujar rayas de colores en un papel es mucho más excitante y entretenido.
Desgraciadamente, esta etapa de creatividad durará poco porque entrará en el mundo real. Un mundo en el que todo está definido y en el que hay que convertirse en una ficha que encaje en el agujero correspondiente. Nuestro mundo está pensado para que todo pueda ser clasificado, encasillado y etiquetado. Es el verdadero ORDEN mundial. En el colegio serás el empollón, el repetidor, el macarra o el pelota. A partir de ahí, todo va a peor. Test psicológicos, descripciones del puesto de trabajo, carreras profesionales lineales,…
¿Pero sabéis que es lo peor de todo esto? Que lo aceptamos y lo asumimos con toda la naturalidad del mundo. Llegas a creerte la etiqueta que te han puesto, la de triunfador o perdedor, la de progre o reaccionario, la de jefe de producto o comercial, la de «vendemotos» o «adicto al trabajo».
Es como si nos hubiesen puesto un sistema operativo hace veinte, treinta o cuarenta años y fuésemos incapaces de actualizarlo. Afortunadamente, ese maravilloso procesador que tenemos sobre nuestros hombros tiene mucho, muchísimo margen para trabajar sin recalentarse. ¿Cuándo piensas actualizarlo?
Entiendo que a muchos directivos les es más cómodo, crear cubículos, organigramas y casillas en las que encajar (a veces a la fuerza) a los profesionales, pero esa no es la forma correcta de hacerlo. Cuando tratas de meter un poliedro de 20 caras en un agujero triangular, es posible que lo consigas, pero por el camino habrás destrozado la pieza y eliminado gran parte de su riqueza y belleza.