El «low cost» eras tú

Ya estamos en julio. Empezamos a desconectar. El viernes escribiré mi último post hasta septiembre. Así que lo último que quisiera es ponerme espesito o demasiado serio.

Sin embargo, hay un asunto que me ronda desde hace años y que creo que tiene relación con la Marca Personal o, más bien, con la carencia de ella.

Me refiero a la facilidad con que nos han vendido, desde hace años las bondades del «low cost», lo maravilloso que es poder viajar a Londres por 15 Euros, poder «pillar» un coche (o cochazo) con chofer por dos duros, ¿alquilar? un apartamento en la playa por menos de lo que te costaría una pensión en un polígono industrial o que te lleven cualquier cosa «gratis» a casa.

Si me lees desde hace tiempo o me conoces personalmente, te habrás dado cuenta de que yo no voy precisamente en contra del libre mercado. Pero es que creo que todo eso que te comento tiene muy poco que ver con la libertad de elección y mucho que ver con la socialización de los servicios bajo la tapadera de la democratización.

Es curioso, pero cuando empezaba con esto de la Marca Personal diseñé un folleto de supermercado imaginario para una de mis primeras presentaciones (año 2005). Yo, pobre ingenuo, ponía metafóricamente a dos profesionales en oferta por 1000 Euros. Ya sabes, por aquello de los mileuristas y tal.

Hoy eso puede causar risa. Si antes ser un mileurista era ser un pobre desgraciado. Hoy muchos se darían con un canto en los dientes si ganasen mil euros.

Por otra parte, cuando trabajaba en distribución negociando productos de marca blanca, pronto me di cuenta de que al pedir ofertas a proveedores, siempre, siempre, había alguien que te hacía una oferta más baja. Aunque perdiese dinero.

Las razones podrían ser variadas, entrar como proveedor en una empresa grande, mantener las lineas de producción en marcha, debilitar a la competencia,…

Pues bien, con los profesionales ha ocurrido lo mismo. Y esto se ha acelerado como consecuencia de la crisis. Mucha gente está compitiendo por precio. Está tirando sus «tarifas», cobrando una mierda o incluso llegando a poner su dinero, simplemente para no quedarse quieto, adquirir experiencia o poner una línea en un currículo.

Pronto me di cuenta de que cada vez que apretabas al proveedor para que te bajase los precios, podían ocurrir dos cosas, que bajasen la calidad del producto (fácil de detectar) o que diesen un apretón (más) a sus trabajadores.

Lo que llaman «low cost», economía colaborativa y eufemismos similares no son más que formas de decir que el «low cost» eres tú. Porque el coste más importante suele ser el laboral. Es como aquello de que cuando no sabes lo que te están vendiendo, el producto eres tú.


Cuando crees que estás encontrando un chollo, en realidad estás sembrando la semilla de tu propia destrucción porque todo lo que pueda «colaboralizarse», es decir, cualquier cosa que pueda hacer una persona con dos dedos de frente, acabará siéndolo.

Supongo que los talibanes de lo colaborativo se me van a echar encima, pero es que esto, como casi siempre, acaba beneficiando a unos pocos, muy pocos.

Como digo, difícilmente me verás defendiendo nada que vaya en contra de la libertad individual, del poder de las personas, de la singularidad de cada ser humano o de la independencia frente a los que nos gobiernan. Y precisamente todos estos servicios, tras la máscara del capitalismo, están consiguiendo lo contrario, convertir realmente a los profesionales en PRODUCTOS, homogéneos, sustituibles y baratos, muy baratos.

Y si esto no fuera suficiente, al final resulta que los servicios se han deteriorado hasta la desesperación. El otro día leía en LinkedIn una queja (más) de una persona por el pésimo servicio de Ryanair. Pero ¿qué esperabas? Nadie regala nada. Y si quitas de un sitio, algo se va a resentir.

Así que, al final hemos hecho un pan como unas tortas. El círculo se cierra. Salarios y servicios pésimos, motivación por los suelos. Lo que parecía una bendición, ha resultado ser una pesadilla que, por el camino ha acabado con muchas buenas empresas y profesionales. ¿No se parece sospechosamente a lo que ocurría en los países del Este hasta la caída del Muro de Berlín?

¿Qué podemos hacer para no caer en la trampa del precio? Pues conseguir que nos respeten, que valoren nuestro prestigio, que tomemos el poder (detesto eso de empoderarse). Pero eso sólo puedes conseguirlo tú o, como mucho, con un puñado de locos (no «low cost») como tú. Si esperas ayuda del gobierno, los partidos, los sindicatos, los empresarios o cualquier otra organización que pretende mantener sus privilegios, la llevas clara.

Y sí, esto tiene que ver con la Marca Personal. Sólo cuando consigues que tu nombre signifique algo, que sea percibido como valioso, que valoren tu diferencia, tu singularidad, tu individualidad, podrás salir del círculo vicioso de la devaluación profesional.

No compitas por precio (Si puedes evitarlo). No regales tu trabajo (Si puedes evitarlo). No caigas en la trampa de la venta «fácil» de tus cualidades (Si puedes evitarlo). Si lo haces, simplemente recibirás lo justo para seguir sobreviviendo un día más. Aunque te lo vendan como algo moderno y colaborativo.

NOTA:

Esta semana hablo con Claudio en Street Personal Branding sobre algo relacionado con esto que comento en el post, la dictadura de la imagen frente al valor de los profesionales.


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