Empatía, simpatía y barcos de coque.

Espero no ser demasiado cansino con mis historias del abuelo cebolleta, pero creo que las historias personales son mucho más entretenidas y pedagógicas que las de terceras personas.
Además, si bien es cierto que se aprende de los errores, pues si les ocurren a los demás mejor que mejor.

Resulta que hace unos días, reflexionaba sobre dos aspectos de la Marca Personal como son la Claridad (las cosas como son) y el Enfoque (no intentar ser todo para todos) y me acordé de una historia que me ocurrió a las pocas semanas de empezar a trabajar.

Hacía pocos meses que obtuve mi flamante título de químico (empiezo a parecerme a la Obregón) y como es habitual en este país, entré a trabajar en una empresa petroquímica pero en algo que no tenía nada que ver con mis estudios, en el área de logística y compras.

El caso es que una de mis funciones era la de coordinar los barcos de diferentes materias primas entre clientes, proveedores y refinerías. Siendo generosos, se podría decir que mi conocimiento sobre ese mundo era nulo. Así que yo trataba de suplirlo con simpatía y amabilidad. Yo quería tener a todos contentos.

Pero pronto aprendí que en los negocios eso no funciona así. Especialmente cuando una paralización de un barco de 6.000 Tns. podía suponer un coste de varias veces mi sueldo (y el de mi jefe).
Lo único que estaba claro es que yo no tenía nada claro. Suplía la confusión con voluntarismo. Y eso no funciona en el mar ni el los negocios.

En aquellos días, traté de hacer un favor al responsable de una fábrica de aluminio con el que tenía confianza y que no podía recibir el barco porque no tenía sitio en los silos pero la planificación ordenaba que se enviase. Al mismo tiempo estaban a punto de llegar otros dos buques y además se acercaba un temporal que podría alterar el calendario. Y lo alteró, vaya si lo alteró.


En un momento dado corría un riesgo muy alto de que se me juntaran los tres barcos en el puerto. Todo el mundo echaba chispas. Y para tratar de arreglarlo, preparé un fax, larguísimo explicando la situación y proponiendo una solución. Y pasó lo que tenía que pasar.

Como no tenía claro ni que, ni como, ni porqué y encima yo era el culpable de aquél follón, ese fax todavía produjo más confusión. Y es que cuando no sabes lo que quieres y tratas de ocultar un error en lugar de admitirlo, eso se nota en todo lo que comunicas.

Finalmente, se produjo una carambola, que no recuerdo demasiado bien, relacionada con el temporal y todo se solucionó. En aquél momento el dicho «a mal tiempo buena cara» adquirió su auténtico significado.

Pero aquellos días aprendí varias lecciones que ahora aplico en mi modelo de Marca Personal.

1. Aprende a decir NO, como dice mi amigo Jose Ballesteros, la empatía (ponerse en el lugar del otro ) no es lo mismo que simpatía (decir siempre que SI).
2. La falta de claridad en las ideas se traduce en una comunicación defectuosa y eso antes o después se nota, por muchas técnicas que hayas aprendido.
3. Si no tienes un enfoque claro de lo que pretendes, unos objetivos definidos y centrados, unas necesidades concretas que satisfacer, puede salir cualquier cosa.
4. Solo un árbitro de futbol de tercera división ha podido escuchar comentarios similares a los emitidos por varios capitanes de barco, un responsable de refinería y un director de departamento.

NOTA: Por si a alguien se le ocurre pensarlo, diré que no, yo no fuí el culpable del Prestige.





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