Y ahora, ¿que hago?

Creo que, a veces, esto de montártelo por tu cuenta suele rodearse de un halo de romanticismo y aventura que poco tiene que ver con la realidad. Normalmente quienes tratamos de buscarnos la vida más allá de una nómina nos pasamos el día superando obstáculos, muchos de ellos de lo más trivial y poco glamouroso. Pero aún así, yo no lo cambiaría por nada.

Uno de los aspectos que más se destacan cuando uno decide dejar de ser un «cuentajenado» (como diría Alfonso) es el de «ser tu propio jefe». A primera vista es estupendo no tener que obedecer órdenes absurdas o aguantar a incompetentes. El problema es que si no hay nadie que te diga lo que tienes que hacer, eres tú quien tiene que tomar las riendas. Y no siempre es tan fácil como parece.

La Marca Personal implica tomar el control de tus decisiones, asumir tu responsabilidad, hacer lo que tienes que hacer y no lo que otros dicen que hagas. Y ahí surge un problema mucho más dificil de resolver que darte de alta en Linkedin o pasarte el día en Facebook.

Aunque muchos digan que no, a la mayoría de las personas les gusta que les digan lo que tienen que hacer. Cuando otros te dan instrucciones, van dejando su marca en tí porque actúas en función de lo que ellos dicen y no de lo que tu decides. Pero al mismo tiempo eso es muy cómodo y te quita muchos pesos de encima. Y siempre tienes a otros a quienes echar la culpa.

El problema es que cuando solo actúas, de forma voluntaria u obligada (como ocurre con las últimas decisiones del gobierno), en función de lo que deciden otros, vas dejando de ser tú mismo y te conviertes en lo que los otros quieren que seas.


La otra opción es que seas tú quien decide lo que hay que hacer. Y no siempre es sencillo. Desde que llevo desarrollando este proyecto de Branding Personal he vivido varias épocas (cortas, eso sí) de paralización. Pero la causa que provoca ese bloqueo es únicamente mía. En esos momentos te quedas paralizado, no sabes para donde tirar. Pero estás absolutamente solo. No puedes pedir ayuda a nadie porque nadie puede ponerse en tu lugar. Lo bueno es que cuando ves la luz, todo toma un impulso que compensa lo anterior.

Se habla mucho de financiación, de cuestiones administrativas, de los altos índices de fracaso de los emprendedores, de la dura vida del autónomo,… Pero pocas veces se habla de estas cuestiones «intimas» que posiblemente asustan más que una factura sin cobrar.

Cuando trabajaba para otros, podía no gustarme lo que hacía, podía discutir con mi jefa, podía pensar que mi trabajo era irrelevante, pero desde que llegaba hasta que me iba, sabía lo que tenía que hacer. Y en cuanto salía por la puerta, desconectaba. Ahora no puedo… ni quiero.

Cuando decidí crear algo nuevo en donde todo estaba por hacer, la única persona que me daría órdenes sería yo mismo. Y cuando tú eres tu propio jefe puedes ser tan malo como cualquier otro, puedes ser un inutil desnortado o puedes ser un cabrón. O ambas cosas. Quizás en ese momento te das cuenta que estás trabajando para el peor (o el mejor) jefe del mundo: Tu mismo/a.


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