Producto. No preguntes quién se ha llevado tu queso, fabrícalo
A finales del sXX se pusieron de moda los libros de «gestión» en formato cuento infantil. De pronto empezaron a surgir pequeños libritos con historias simples que trataban de transmitir ideas «profundas».
Siempre he pensado que Spencer Johnson, autor de ¿Quién se ha llevado mi queso? o Robin S. Sharma, el del monje y el Ferrari y otros similares tenían que estar partiéndose de risa viendo como historietas más simples que el asa de un cubo, les hacían ricos.
Es como si, de pronto, los libros de gestión con «sustancia» fuesen demasiado clasistas y tuviesen que sustituirse por algo más popular. Supongo que era un adelanto de la infantilización empresarial y social que poco a poco ha ido ocupándolo todo.
Reconozco que tengo y he leído muchos de ellos y si, son fáciles de leer y hasta puede que te hagan pensar un poco, pero no dicen nada que no nos hayan contado nuestros padres o abuelos de forma más directa y sin ratoncitos.
Cualquier libro de refranes tiene más sabiduría que todas las fábulas con «mensaje». Pero supongo que los «yankees» necesitan su Lazarillo de Tormes o fábulas de Samaniego para interiorizar la sabiduría popular.
Para decirte que a los 45 o antes estarías en la puñetera calle, no necesitas ratones
No necesitas más de 100 páginas para contarte, como si fueses idiota, que la cosa está jodida y que más vale que te busques la vida. Vale, puedo admitir que a finales de los 90 todavía eran tiempos felices y pocos veían venir la que se nos venía encima al cambiar de siglo.
Si lo que pretendían era lanzarnos sutilmente el mensaje de que estamos solos y dependemos de nosotros mismos, lo puedo admitir. Pero creo que pocos hicieron caso a su fábula… hasta que todo se vino abajo.
No busques a los ladrones de queso, fabrica el tuyo
No recuerdo como acababa la fábula, pero creo que la conclusión no era que fabricases tu propio queso sino que estuvieses pendiente de que el tuyo no desapareciese y que te preocupases de buscar otro. Se enfocaba más en que estuvieses atento a los cambios que de salir del puñetero laberinto o de ser menos quesodependiente.
Quizás, al final si que el libro me influyó de algún modo porque yo lo leí en diciembre de 2000 (lo sé porque tengo anotados todos los libros que he leído) y poco después decidí (o más bien después de que otros me diesen el empujón/patada) que dejaría de preocuparme de buscar quesos ajenos y aprendería a fabricarlos.
Creo que hoy, esta idea está más vigente que nunca. No es que no haya quesos/empleos o que estos sean cada día más pequeños y de peor calidad, es que, paralelamente hemos conseguido herramientas como Internet que nos permite ser nuestros propios productores de queso si se nos hinchan las narices.
Hay vida más allá del queso
Otro de los mensajes sutiles (o no) que lanza el libro del queso es que no tiene en cuenta que los ratones son omnívoros y que comen de todo. Pero seguramente esa idea quesocentrista lo que transmite es esa obsesión de que para un profesional, su única alternativa es el empleo.
Pero los profesionales, o los ratones, no podemos ni debemos conformarnos con una única opción. Si no hay queso pues te zampas las paredes del laberinto o buscas formas de escapar de ahí.
Aunque esta idea de escapar del cubículo y encontrar formas de ganarte la vida más allá de una oficina o una fábrica cada día es más asumida, muchos siguen pensando como el ratón menos espabilado de la fábula. Es más, si se lo tratas de explicar, se enfada.
Pero hoy, con todas las herramientas que hemos ido acumulando estas dos últimas décadas, creo que a la fábula del queso le faltarían ingredientes.
Hace tiempo que estoy convencido de que en el futuro habrá dos tipos de profesionales. Por un lado estarán los que, como el ratón menos espabilado van a pasarse la vida tratando de conservar unos trocitos de queso o llorando por el que le han quitado. Por otro, estarán aquellos que hayan aprendido a alimentarse de otras cosas o hayan buscado otros espacios abiertos y sin laberintos.
Bueno, al final he caído en la trampa de la fábula. Espero que lo próximo no sea raparme la cabeza ni vender mi Ferrari.